martes, 22 de noviembre de 2011

Víctimas secundarias de la violencia



Patty Fuentes Gimón
Ana Isabel se quedó estática, totalmente impactada. Era la noche de año nuevo. Comenzaba 2011, pero terminaba la vida de dos de sus familiares. Mientras los Palacios brindaban, celebraban y tomaban fotos en La Victoria, estado Aragua, algunos ciudadanos aprovechaban la ocasión para delinquir.

Varios motorizados aparecieron de repente en aquel sitio, lo que ocasionó que todos los vecinos se refugiaran en sus humildes casas, menos Carlos José Palacios, quien se quedó afuera y recibió un disparo. Al ver a su padre caer, Carlos Alberto salió en su defensa, pero inmediatamente le dieron un tiro en la frente.

Desde la esquina, Ana Isabel vio cómo su esposo y su hijo fueron asesinados. “De ese día, me quedaron los sueños rotos de un futuro prometedor. A pesar de todo, estoy agradecida; soy millonaria porque tuve la suerte de que mi hijo y mi esposo me amaran por 25 años. Dios me dio un regalo grandísimo porque ellos fueron muy especiales. Mi hijo me daba besitos a cada ratico y me decía que me amaba. Lo que me mantiene en pie es el regalo de 25 años de amor que me dio mi hijo”, expresa después de casi un año, con expresión distraída, llena de dolor.

Su mirada y la de otras 51 madres que perdieron a uno o más de sus hijos producto de la violencia ya no estarán guardadas entre cuatro paredes. Desde el pasado sábado, inició el Proyecto Esperanza, una iniciativa de cuatro jóvenes venezolanas preocupadas porque los homicidios son percibidos como números y no como situaciones humanas, que decidieron pegar diversas gigantografías de rostros de madres que perdieron a sus hijos en varias zonas de Caracas.

“La intención es ponerle cara a la esperanza por el fin de la violencia y sensibilizar a las personas para que entiendan que los números que aparecen en el periódico tienen por detrás a las víctimas secundarias. Además, queremos que las personas generadoras de violencia vean estas fotos y piensen que no quieren que sus mamás estén así, por lo que tendrán que disminuir la violencia para no estar en situación de riesgo”, explica María Fernanda Pérez Rincones, una de las organizadoras del proyecto.

Las gigantografías tendrán también este mensaje: “Devolvamos a estos rostros la esperanza”, y estarán desplegadas por El Valle, Las Mercedes, El Hatillo, La Trinidad, Macaracuay y entradas de la Cota Mil.

A pesar de haber perdido a sus dos parientes, Ana Isabel mantiene vivas las esperanzas: “Tengo mucha fe en Dios. Creo que ellos están en un lugar mejor y que llegará el momento en que nos encontremos. Pienso que tengo una misión que cumplir en la vida y que por eso continúo aquí, pero luego voy a reencontrarme con ellos. Perder a mi hijo y a mi esposo va a ayudar a otras personas a crecer y a ser más precavidas. No pierdan la oportunidad de abrazar a sus hijos ningún día, porque podría ser el último”.

Costos intangibles
Para el sociólogo Luis Cedeño, el Proyecto Esperanza le pone una cara a los costos intangibles de la violencia, es decir, al dolor humano de las madres que perdieron a sus hijos. “Los costos directos son los años de vida productiva perdidos, que el joven no llegó a trabajar o que no llegó a hacer una familia. Pero los intangibles no se pueden medir, como lo que siente la madre al no poder abrazar a su hijo o al no haber conocido a sus nietos. Quizás con estas fotos no se resolverán sus casos, pero con esto ellas pueden sentir que la memoria de su hijo sigue viva y que no es un número más”, explica.

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